Hace un tiempo hice unas fotos en la Gran Vía y escribísteis comentarios sobre un personaje al que retraté. El caso es que el otro día, ojeando un libro en casa de un familiar, Julio encontró algo escrito sobre ellos y lo muy apegados que están a la Gran Vía, tanto que salen en la Biografía de la misma, os lo copio:
Aunque ellos están fuera de lo común es normal cruzárselos en la Gran Vía. ¿Quién no se fija en ellos? Su vestimenta es un conjunto de prendas heavies rasgadas y mallas ajustadas marcando paquete. Los cabellos algo ralos se tiñeron de blanco en las noches infinitas de la ciudad y caminan con cierta autosuficiencia. Son los hermanos Alcázar, gemelos de 42 años, y nos parecen la prueba más clara del paso del tiempo en esta cinta de asfalto que cruza el centro de Madrid.
Leemos en internet el comentario de un rockero nostálgico que dice que no reconocería la Red de San Luis si no estuvieran, "sería como el Paseo del Prado si se llevasen la Cibeles". Los hermanos, hoy abstemios, presumen de haber pasado más de cuatro mil noches borrachos y estuvieron enganchados a la heroína. Peor suerte tuvo Opal, el tercero, que murió de sobredosis como tantos otros en aquel tiempo.
Ahora son apóstoles contra en vicio mecánico y dan consejos a quien les quiera escuchar: la vida es buen rollo, la calle es el sitio indicado para encontrarse con ella cara a cara, en pocos años llegará la era Acuarius y nos salvaremos y todo absolutamente cambiará. Presienten que la dirección que lleva el mundo no es la correcta ni será duradera. Todo está demasiado podrido en esta Gran Vía de hoy, pero no es el peor lugar para vivir. Han hecho del semáforo que hay frente al Bershka (donde estuvo la célebre tienda Madrid Rock) su local, y dan paseos frecuentes y relajado de un lado para otro. Su aspecto, que asusta a alguna señora y llama la atención de los niños, esconde a dos pacíficos ángeles del infierno. Suma así Madrid dos demonios al del Retiro y toma la ventaja en amplitud de miras.
Pero que nadie se confunda porque los Alcázar no están aquí para hacer el mal, sino todo lo contrario. Perdieron a muchos amigos por culpa de la droga y se consideran supervivientes. Y como todo aquel que ha vivido en el error y ha sido ceniza en el exceso, tienen la obligación de avisar a los que todavía tienen mucho tiempo para cometer errores fatales. Así se comporta este cuerpo disociado del San Agustín comtemporáneo.
Son dos seres de otra época que se resisten a abandonar, a plena luz del día, una calle que fue para los vampiros y los hombres lobo. Estatuas en movimiento que dan testimonio con su presencia de una Gran Vía arrastrada por los altisonantes carteles de las tiendas de ropa y borrada de las aceras por el aluvión de pasos turísticos y empresariales. Quizá por esto juegan al ajedrez apoyando el tablero sobre una moto: cierran bien las filas y abren los flancos para e ataque definitivo y limpio. Blancas pierden, negras ganan. No les va nada mal el apellido
Leemos en internet el comentario de un rockero nostálgico que dice que no reconocería la Red de San Luis si no estuvieran, "sería como el Paseo del Prado si se llevasen la Cibeles". Los hermanos, hoy abstemios, presumen de haber pasado más de cuatro mil noches borrachos y estuvieron enganchados a la heroína. Peor suerte tuvo Opal, el tercero, que murió de sobredosis como tantos otros en aquel tiempo.
Ahora son apóstoles contra en vicio mecánico y dan consejos a quien les quiera escuchar: la vida es buen rollo, la calle es el sitio indicado para encontrarse con ella cara a cara, en pocos años llegará la era Acuarius y nos salvaremos y todo absolutamente cambiará. Presienten que la dirección que lleva el mundo no es la correcta ni será duradera. Todo está demasiado podrido en esta Gran Vía de hoy, pero no es el peor lugar para vivir. Han hecho del semáforo que hay frente al Bershka (donde estuvo la célebre tienda Madrid Rock) su local, y dan paseos frecuentes y relajado de un lado para otro. Su aspecto, que asusta a alguna señora y llama la atención de los niños, esconde a dos pacíficos ángeles del infierno. Suma así Madrid dos demonios al del Retiro y toma la ventaja en amplitud de miras.
Pero que nadie se confunda porque los Alcázar no están aquí para hacer el mal, sino todo lo contrario. Perdieron a muchos amigos por culpa de la droga y se consideran supervivientes. Y como todo aquel que ha vivido en el error y ha sido ceniza en el exceso, tienen la obligación de avisar a los que todavía tienen mucho tiempo para cometer errores fatales. Así se comporta este cuerpo disociado del San Agustín comtemporáneo.
Son dos seres de otra época que se resisten a abandonar, a plena luz del día, una calle que fue para los vampiros y los hombres lobo. Estatuas en movimiento que dan testimonio con su presencia de una Gran Vía arrastrada por los altisonantes carteles de las tiendas de ropa y borrada de las aceras por el aluvión de pasos turísticos y empresariales. Quizá por esto juegan al ajedrez apoyando el tablero sobre una moto: cierran bien las filas y abren los flancos para e ataque definitivo y limpio. Blancas pierden, negras ganan. No les va nada mal el apellido
Fuente: Biografía de la Gran Vía, de Ignacio Merino